Este primero de julio debemos ir a votar por el mejor candidato presidencial de acuerdo a nuestras prioridades, valores, creencias y necesidades; y debemos de hacerlo de manera consiente, informada y serena, sin dejar que nuestros prejuicios, las opiniones de amigos y familiares, la noticias amarillistas de la prensa influyan en ello. Debe ser un voto razonado, analizado y estratégico.
Razonado porque debemos conocer y comparar la plataforma presidencial de los cuatro candidatos, de los cuales dos ya la tienen muy bien ordenada y clara en su página de internet: Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri de la Torre cuyas direcciones adjunto para su rápida consulta
http://www.josefina.mx/diferente/descargas/Josefina%20Diferente%20Presidenta%202012.pdf
http://nuevaalianza.mx/plataforma.php
Enrique Peña Nieto tiene un conjunto de propuestas claras pero sin ordenar en un documento unificador y uno debe hacer la labor de jerarquizar y leer en una secuencia interminable de clicks.
http://www.enriquepenanieto.com/paginas/propuestas
La página de Andrés Manuel López Obrador es realmente un suplicio de noticias desordenadas, sin un documento aglutinador en el que predominan los buenos deseos, el sarcasmo y la crítica, adicionalmente su buscador no responde a lo que uno le pide, así que lo que recomiendo es, a través de un buscador, poner el tema de nuestro interés como por ejemplo: propuesta laboral de Andrés Manuel López… y confiar que los analistas de los diversos medios hayan hecho bien el trabajo de síntesis.
Debe ser un voto analizado, en el sentido de ser lo suficientemente consientes de que una cosa es lo que nos gustaría escuchar y otra si se explican y se tienen los medios para lograr las grandes promesas.
Debe ser un voto estratégico, en el sentido de que debemos elegir no solo al candidato presidencial, sino también a gobernadores, diputados, senadores y presidentes municipales y recordar que la alternancia y la diversificación generarán mayor honradez, transparencia y cuidado por parte de los candidatos para hacer las cosas correctamente.
No debemos olvidar que el elegido (a) a presidente nos gobernará durante seis años y marcará el destino no solo del país, sino de nuestras posibilidades de crecimiento económico, generación de empleos, inversión productiva, equilibrio ecológico, seguridad nacional, combate a la delincuencia etc.
Es una de las tres decisiones más importantes que tomamos a lo largo de nuestra vida, la primera es la carrera que decidimos estudiar y que marcara nuestro futuro laboral, económico y de satisfacción, la segunda y no por orden de importancia, es la elección de nuestra pareja sentimental que dará sentido a nuestra vida, orden, equilibrio y fortaleza, y, la tercera es la elección de los candidatos que delinean el camino económico, social, cultural, político y ecológico de la región y el país donde vivimos.
Las tres son decisiones que no podemos tomar a la ligera, ni dejar para el último momento, en las tres debemos ser prudentes, precavidos y minuciosos. No puede dejarse al azar. Sé que la tarea es mucha, pero debemos hacerla, por que si todos votamos con conciencia e imparcialidad, seguramente elegiremos al mejor candidato.
G-20 EN MÉXICO
La globalización económica implica una mayor integración de las economías a nivel mundial. El desarrollo de la informática, los medios de comunicación, el transporte colectivo y la ingeniería financiera, han integrado los mercados mundiales, fomentado el comercio internacional y facilitado el flujo de los capitales a nivel global, estrechando los vínculos económicos entre los diversos países del mundo. Estos vínculos son mucho más fuertes que en el siglo pasado, lo que ha elevado los riesgos de contagio de los problemas financieros: monetarios, bancarios y bursátiles a lo largo del globo terráqueo.
La liberalización de los mercados y de las instituciones financieras, junto con la propuesta de la autorregulación, facilita el manejo irresponsable de los recursos monetarios a nivel mundial: los booms crediticios, la especulación y la búsqueda de grandes ganancias en los inestables mercados financieros, ha elevado los riesgos de la inestabilidad económica mundial.
Las crisis financieras y bancarias son cada vez más frecuentes y más profundas, y se diseminan con impresionante velocidad a nivel mundial.Ya no es un problema que se contenga dentro de los límites geográficos de un determinado país, de ahí la generación y evolución de diversos grupos de países que buscan un foro de discusión para el establecimiento de políticas conjuntas y lineamientos de transparencia y supervisión para disminuir los efectos de las crisis económico-financieras, el narcotráfico y su operación de lavado de dinero, el proteccionismo comercial y el establecimiento de criterios generales de aplicación en materia de política económica: fiscal, monetaria y cambiaria.
Así surge el grupo de los siete (G-7) en 1976, integrado por los países más desarrollados: Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Japón y Canadá, al que luego sucede el G-8 que incluye a Rusia en 1994, y así sucesivamente se van integrando y desintegrando miembros en los diversos grupos en función de su operatividad y logro de consensos, hasta el actual denominado G-20 que procura involucrar a economías en desarrollo cuyo peso económico mundial es relevante para la estabilidad económica internacional.
El G-20 comprende a los países del G-8 más Argentina, Brasil, India, Indonesia, México, Australia, China, Corea del Sur, Arabia Saudita, Sudáfrica, Turquía y un representante de los países de la Unión Monetaria Europea. Este grupo existe desde 1999 como resultado de las terribles crisis financieras de dicha década en las que el efecto tequila, efecto dragón, efecto vodca y efecto zamba cimbraron al sistema financiero internacional.
En realidad el G-20 es sólo un foro de discusión en el que se tratan de establecer soluciones globales a los problemas más apremiantes del momento. Dentro de dicho foro también participan los representantes del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones surgidas después de la Segunda Guerra Mundial para reactivar la economía internacional.
En un principio solo se reunían los ministros de finanzas y los representantes de los bancos centrales pero a partir del 2008 incluye a los jefes de estado, como resultado de la profunda crisis financiera internacional a la que se ha denominado la gran recesión por su paralelismo con la gran depresión de los años 20 del siglo pasado. No tienen una sede permanente, ni personal fijo y la presidencia se rota. En esta ocasión le toca al gobierno de México.
Su operación no es más que el reconocimiento de la estrecha interdependencia económica entre los países y la búsqueda de soluciones democráticas y consensuadas, además de ser formador de agenda. Los miembros del G-20 representan el 90% del PIB, el 80% del comercio y 66% de la población mundial y como en todo club, el que tiene más canicas fija las reglas de operación, y el que tiene más poder de convencimiento determina las directrices a seguir. Para muchos, actúa como una caja de resonancia del G-7 y así, en el mejor de los casos, democratiza sus versiones sobre lo que suponen sería la mejor política económica a seguir para enfrentar determinadas problemáticas, y en muchas otras ocasiones, no llegan a acuerdos y consensos. La mayoría de las veces aplican recetas generalizadas que no responden a las circunstancias específicas, políticas, económicas y culturales de cada país, de manera que a final de cuentas todos llegan a ser dueños de una visión parcial de solución que muchas veces solo beneficia a unos cuantos.
La liberalización de los mercados y de las instituciones financieras, junto con la propuesta de la autorregulación, facilita el manejo irresponsable de los recursos monetarios a nivel mundial: los booms crediticios, la especulación y la búsqueda de grandes ganancias en los inestables mercados financieros, ha elevado los riesgos de la inestabilidad económica mundial.
Las crisis financieras y bancarias son cada vez más frecuentes y más profundas, y se diseminan con impresionante velocidad a nivel mundial.Ya no es un problema que se contenga dentro de los límites geográficos de un determinado país, de ahí la generación y evolución de diversos grupos de países que buscan un foro de discusión para el establecimiento de políticas conjuntas y lineamientos de transparencia y supervisión para disminuir los efectos de las crisis económico-financieras, el narcotráfico y su operación de lavado de dinero, el proteccionismo comercial y el establecimiento de criterios generales de aplicación en materia de política económica: fiscal, monetaria y cambiaria.
Así surge el grupo de los siete (G-7) en 1976, integrado por los países más desarrollados: Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Japón y Canadá, al que luego sucede el G-8 que incluye a Rusia en 1994, y así sucesivamente se van integrando y desintegrando miembros en los diversos grupos en función de su operatividad y logro de consensos, hasta el actual denominado G-20 que procura involucrar a economías en desarrollo cuyo peso económico mundial es relevante para la estabilidad económica internacional.
El G-20 comprende a los países del G-8 más Argentina, Brasil, India, Indonesia, México, Australia, China, Corea del Sur, Arabia Saudita, Sudáfrica, Turquía y un representante de los países de la Unión Monetaria Europea. Este grupo existe desde 1999 como resultado de las terribles crisis financieras de dicha década en las que el efecto tequila, efecto dragón, efecto vodca y efecto zamba cimbraron al sistema financiero internacional.
En realidad el G-20 es sólo un foro de discusión en el que se tratan de establecer soluciones globales a los problemas más apremiantes del momento. Dentro de dicho foro también participan los representantes del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones surgidas después de la Segunda Guerra Mundial para reactivar la economía internacional.
En un principio solo se reunían los ministros de finanzas y los representantes de los bancos centrales pero a partir del 2008 incluye a los jefes de estado, como resultado de la profunda crisis financiera internacional a la que se ha denominado la gran recesión por su paralelismo con la gran depresión de los años 20 del siglo pasado. No tienen una sede permanente, ni personal fijo y la presidencia se rota. En esta ocasión le toca al gobierno de México.
Su operación no es más que el reconocimiento de la estrecha interdependencia económica entre los países y la búsqueda de soluciones democráticas y consensuadas, además de ser formador de agenda. Los miembros del G-20 representan el 90% del PIB, el 80% del comercio y 66% de la población mundial y como en todo club, el que tiene más canicas fija las reglas de operación, y el que tiene más poder de convencimiento determina las directrices a seguir. Para muchos, actúa como una caja de resonancia del G-7 y así, en el mejor de los casos, democratiza sus versiones sobre lo que suponen sería la mejor política económica a seguir para enfrentar determinadas problemáticas, y en muchas otras ocasiones, no llegan a acuerdos y consensos. La mayoría de las veces aplican recetas generalizadas que no responden a las circunstancias específicas, políticas, económicas y culturales de cada país, de manera que a final de cuentas todos llegan a ser dueños de una visión parcial de solución que muchas veces solo beneficia a unos cuantos.
INESTABILIDAD FINANCIERA EN EUROPA, CANALES DE CONTAGIO HACIA MÉXICO
Los problemas financieros y bancarios en Europa sí afectan en el corto plazo a la economía mexicana, aun cuando Grecia no haya salido todavía de la zona monetaria europea (Euro) y la inyección de los recursos monetarios al sistema bancario español, por 100 mil millones de euros, no sea considerado un rescate bancario.
Los canales por los que transcurre el contagio son básicamente los relacionados con el tipo de cambio, es decir con el precio del dólar, el euro y otras divisas en términos de pesos, y su impacto sobre tasas de interés, crédito bancario e importaciones.
El nerviosismo en los mercados financieros hace que los países europeos que requieren recursos monetarios para poder liquidar sus deudas soberanas (deudas de sus gobiernos, no de sus empresas) tengan que ofrecer mayores tasas de interés en relación con el resto del mundo, ello eleva el pago de la deuda externa y ocasiona problemas para generar los ingresos fiscales (impuestos, precios de bienes y servicios públicos, etc.) que les permitan saldar sus compromisos financieros.
Lo anterior genera una mayor competencia por atraer recursos monetarios para los países emergentes o en vías de desarrollo y, cuando el nerviosismo se eleva, se traduce en un “vuelo a la calidad”: salida de capitales externos que buscan mayor seguridad a pesar de los menores rendimientos.
Como resultado, México ha visto salir capitales de la bolsa mexicana de valores y de los mercados de dinero (corto plazo), capitales que buscan seguridad más que rendimientos y que han ocasionado que el peso se deprecie sensiblemente en las dos últimas semanas llegando a pagar por un dólar casi $14.50 pesos el primero de junio, y obligado a intervenir al Banco de México subastando parte de sus reservas internacionales el 23 y el 31 de mayo por un monto total de 365 millones de dólares. Aunque el monto no es significativo sirve para tranquilizar a los mercados.
El nerviosismo generado por la inestabilidad del tipo de cambio genera expectativas negativas entre los empresarios quienes posponen sus planes de inversión, no elevan su producción ni tienen incentivos para generar empleos. Adicionalmente las importaciones de productos extranjeros se encarecen en pesos y, dado que los insumos para la producción representan el 75% del total de bienes importados, ello incrementa los costos de producción presionando sobre las utilidades de las empresas, que no pueden trasladar dicho incremento al precio de mercado por la competencia externa y lo deprimido del mercado interno.
Si bien las exportaciones se incrementan porque cada dólar compra más producto mexicano, ello no se refleja en los bolsillos de los mexicanos ni se trasmite al aparato productivo en general por el alto grado de concentración de las exportaciones en pocas empresas y su elevada dependencia de la importación de insumos.
Así, el empleo se mantiene estancado, el poder de compra de las familias deprimido y existe una tendencia a elevar las tasas de interés de los créditos ante el riesgo percibido, sobre todo si recordamos que la banca en México es extranjera y cuyas matrices, que están fuertemente expuestas a la crisis de la zona monetaria europea, tienen políticas globales que las obligan a reducir el crédito a las empresas y familias en nuestro país.
El dinero es, en resumidas cuentas, más caro para todos, mientras que los precios de bienes básicos importados como gasolina y alimentos se elevan. Así, aún sin recesión en la economía mexicana, todos resentimos un proceso de deterioro económico financiero que se refleja en un bajo poder adquisitivo, empleos precarios y con bajo dinamismo y un mayor debilitamiento del mercado interno.
Los canales por los que transcurre el contagio son básicamente los relacionados con el tipo de cambio, es decir con el precio del dólar, el euro y otras divisas en términos de pesos, y su impacto sobre tasas de interés, crédito bancario e importaciones.
El nerviosismo en los mercados financieros hace que los países europeos que requieren recursos monetarios para poder liquidar sus deudas soberanas (deudas de sus gobiernos, no de sus empresas) tengan que ofrecer mayores tasas de interés en relación con el resto del mundo, ello eleva el pago de la deuda externa y ocasiona problemas para generar los ingresos fiscales (impuestos, precios de bienes y servicios públicos, etc.) que les permitan saldar sus compromisos financieros.
Lo anterior genera una mayor competencia por atraer recursos monetarios para los países emergentes o en vías de desarrollo y, cuando el nerviosismo se eleva, se traduce en un “vuelo a la calidad”: salida de capitales externos que buscan mayor seguridad a pesar de los menores rendimientos.
Como resultado, México ha visto salir capitales de la bolsa mexicana de valores y de los mercados de dinero (corto plazo), capitales que buscan seguridad más que rendimientos y que han ocasionado que el peso se deprecie sensiblemente en las dos últimas semanas llegando a pagar por un dólar casi $14.50 pesos el primero de junio, y obligado a intervenir al Banco de México subastando parte de sus reservas internacionales el 23 y el 31 de mayo por un monto total de 365 millones de dólares. Aunque el monto no es significativo sirve para tranquilizar a los mercados.
El nerviosismo generado por la inestabilidad del tipo de cambio genera expectativas negativas entre los empresarios quienes posponen sus planes de inversión, no elevan su producción ni tienen incentivos para generar empleos. Adicionalmente las importaciones de productos extranjeros se encarecen en pesos y, dado que los insumos para la producción representan el 75% del total de bienes importados, ello incrementa los costos de producción presionando sobre las utilidades de las empresas, que no pueden trasladar dicho incremento al precio de mercado por la competencia externa y lo deprimido del mercado interno.
Si bien las exportaciones se incrementan porque cada dólar compra más producto mexicano, ello no se refleja en los bolsillos de los mexicanos ni se trasmite al aparato productivo en general por el alto grado de concentración de las exportaciones en pocas empresas y su elevada dependencia de la importación de insumos.
Así, el empleo se mantiene estancado, el poder de compra de las familias deprimido y existe una tendencia a elevar las tasas de interés de los créditos ante el riesgo percibido, sobre todo si recordamos que la banca en México es extranjera y cuyas matrices, que están fuertemente expuestas a la crisis de la zona monetaria europea, tienen políticas globales que las obligan a reducir el crédito a las empresas y familias en nuestro país.
El dinero es, en resumidas cuentas, más caro para todos, mientras que los precios de bienes básicos importados como gasolina y alimentos se elevan. Así, aún sin recesión en la economía mexicana, todos resentimos un proceso de deterioro económico financiero que se refleja en un bajo poder adquisitivo, empleos precarios y con bajo dinamismo y un mayor debilitamiento del mercado interno.
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