POBREZA DE INGRESOS Y PRECARIZACIÓN LABORAL

La pobreza es multidimensional, en ella tienen que ver las oportunidades, el empoderamiento, las capacidades, incluso la disponibilidad de recursos naturales de una región en específico, pero en definitiva en un sistema donde el dinero impera, el ingreso es una variable relevante, y es precisamente la pobreza de ingresos la más difícil de erradicar, ya que el gobierno puede acercar servicios públicos: educación, electrificación, agua potable etc., pero no puede obligar a las empresas a generar empleos, sin embargo podría garantizar salarios remuneradores, para lo cual no basta con disminuir la inflación.

Durante los últimos 23 años México no ha logrado disminuir la pobreza de ingresos, la definición más amplia de éste tipo de pobreza que es la patrimonial se ha mantenido en el mismo nivel desde 1992 a la fecha, entonces el 53.1% de la población la sufría y en 2014 fue el 53.2%.

La pobreza de ingresos se relaciona directamente con los salarios y su poder adquisitivo y por lo mismo con la tasa de inflación y las condiciones laborales. Lo más curioso es que hemos logrado abatir la inflación y aun así los salarios siguen mostrando una pérdida de su poder adquisitivo.

De acuerdo con el Reporte de Investigación 123 del Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM denominado México: más miseria y precarización del trabajo", al primero de diciembre de 1994 una persona tenía que trabajar 12 horas 53 minutos para adquirir una canasta básica alimentaria mientras que para el 25 de abril del 2016 tiene que dedicar 23 horas 38 minutos, es decir prácticamente ¡el doble del tiempo necesario!. De hecho desde el 16 de diciembre de 1987 y hasta el 25 de abril del 2016 la pérdida acumulada del poder adquisitivo del salario mínimo ha sido del 79.11% mientras que el precio de la canasta alimenticia recomendable (CAR) pasó de $3.95 pesos diarios a $213.46, de forma que por cada peso que aumentó el salario, dicha canasta aumentó 5 pesos. En pocas palabras: el poder de compra de 1 peso hoy equivale a 20 centavos de 1987.

Nadie puede negar que hoy las condiciones laborales son mucho más precarias, se han reducido los salarios no solo en términos reales, sino también en términos nominales; las prestaciones disminuyen y las jornadas de trabajo son más intensas (lo que antes hacían dos personas, hoy lo hace una); los contratos permanentes son menos comunes y prevalecen los empleos eventuales, la subcontratación, los trabajos por honorarios, a destajo, prácticas profesionales, contratos de capacitación, etc. Las personas de la tercera edad se están reincorporando al trabajo y cada vez son más las familias en las que el padre, la madre e incluso alguno de los hijos trabajan para completar el sustento. El proceso de des-sindicalización de los trabajadores ha debilitado su representatividad en las negociaciones tanto con los empresarios como con las organizaciones públicas y el salario mínimo se ha utilizado como un ancla inflacionaria.

Dado lo anterior no es de sorprender el que la pobreza de ingresos se mantenga elevada y el crecimiento económico sea bajo.

Para crecer se requieren salarios remuneradores, porque para el 80% de las familias sus ingresos son únicamente laborales, y el consumo de éstas es el principal motor del dinamismo económico ya que consumen el 68% del producto interno bruto. Un salario remunerador representa poder de compra, y el poder de compra son ventas para las empresas.

Mientras no reconozcamos que lo que genera mercado es poder de compra y no disminuyamos la diferencia salarial entre los mandos superiores, mandos intermedios, trabajadores, accionistas y dueños de las empresas no podremos tener un crecimiento económico dinámico y una efectiva reducción de la pobreza por ingresos.

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