El libérrimo mercado y la apertura comercial llevan a un incremento en la competencia internacional y nacional que debilita a las empresas a través de la erosión de sus utilidades. En México, por dar un ejemplo cercano, el 94% de las empresas son microempresas, sin posibilidades de obtener un crédito bancario y financiando su operación con tarjetas de créditos.
Las empresas medianas enfrentan, por su parte, un desgaste continuo por la inyección de recursos que requieren para lograr productos innovadores y competitivos. La disputa por mantenerse en el mercado y la lucha por obtener el favor de los consumidores, ha reducido el margen de sus utilidades y con ello, los incentivos para producir bienes y servicios, generar empleos y pagar mejores salarios y, a mayor competencia, menor posibilidad de ser rentables.
Todo ello ha generado un proceso de precarización del mercado laboral, mediante la disminución de los salarios nominales.
Volviendo al caso de México, en 2007 la remuneración media en la industria manufacturera en México era de 4.6 dólares por hora, en 2015 fueron 4.2 dólares de acuerdo con datos del INEGI, y los salarios mínimos reales perdieron el 83.6% de su poder adquisitivo de 1987 a 2015, de acuerdo al Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM. Al mismo tiempo se ha presentado la reducción de las prestaciones, la des-sindicalización, la disminución de los empleos permanentes y el incremento del empleo temporal, a destajo, de capacitación etc. Todo ello resultado del denominado proceso de "flexibilización laboral", cuyo objetivo prioritario era permitir a las empresas reducir los costos laborales, y ajustar la oferta laboral a las necesidades de un entorno de demanda cambiante, volátil y reducida, que les permitiera sobrevivir en una economía globalizada, utilizando los bajos salarios como elemento fundamental de su competitividad y, a la vez, como interesante atractivo para la inversión extranjera directa.
El debilitamiento de los mercados internos, producto a su vez de la precarización laboral y la concentración de los ingresos y la riqueza, ha generado un débil crecimiento económico que impide la reducción de la pobreza y el incremento en el bienestar social de la población no solo en México, sino también a nivel global.
El mundo, en general, se caracteriza por una atonía en su crecimiento económico, con baja generación de empleos y una creciente concentración del ingreso y la riqueza, lo que a su vez retroalimenta un sentimiento anti-globalización y nacionalista que eleva las barreras proteccionistas en el comercio internacional reduciendo su dinamismo, y que da fortaleza a un renovado populismo tanto de derecha como de izquierda, que amenaza con poner en los gobierno a peligrosos personajes políticos egocentristas y megalómanos que aprovechan la avidez de los jóvenes por escuchar promesas de crecimiento económico, mejores empleos y bienestar en base a esquemas insostenibles económicamente, y marginantes por su alto contenido anti-inmigrantes, xenofóbicos, machistas y retrógrados.
A pesar que la inflación a nivel país y a nivel mundial se mantiene en niveles históricamente bajos, no hay un crecimiento económico robusto, que garantice un mayor bienestar social, y una mejor distribución del ingreso y la riqueza. No importa la cantidad de recursos destinados al combate a la pobreza, ellos son siempre insuficientes.
Tal como lo expresa el nuevo Secretario de Hacienda y Crédito Público José Antonio Meade, tanto la política monetaria como la política fiscal tienen muy poco margen de acción para operar. La primera ha llegado a sus límites inferiores y en algunos países los ha llevado a poner tasas de interés negativas. Por su parte la política fiscal se caracteriza por un notable crecimiento de la deuda pública, tanto interna como externa, que retroalimenta el juego especulativo en los mercados de dinero y de capital.
La política monetaria, principal instrumento de un modelo neoliberal, muestra claros signos de agotamiento, al grado tal que hemos transitado a lo que se denomina un esquema monetario no convencional, donde los bancos centrales de los países desarrollados, en su afán por generar dinamismo económico mediante la re-activación de los préstamos y créditos bancarios, han inyectado impresionantes cantidades de liquidez en los mercados operando no solo a través de la banca comercial, sino de otras instituciones financieras bancarias y no bancarias.
Un largo período de tasas de interés en niveles cercanos a cero, ha operado como incentivo que ha elevado el endeudamiento de las empresas, quienes a su vez no lo han utilizado para aumentar la producción o el empleo, sino para re-invertirlo en los mercados de capitales tratando de obtener rendimientos que satisfagan a ávidos socios en capital (shareholders y stockholders), promoviendo con ello una mayor concentración de la riqueza y de los ingresos derivados de ella.
Los gobiernos en los países desarrollados no han encontrado la forma dinamizar la inversión productiva, y las bajas utilidades derivadas de la actividad productiva, mueven los capitales hacia la especulación en los mercados financieros, así podemos constatar, de forma simultánea, un bajo nivel inflacionario en el mercado de productos y una inflación financiera en el mercado de dinero y de capitales.
Algunos bancos centrales se han visto obligados a transitar a tasas de interés negativas sobre las cuales no tenemos mucha experiencia y por lo mismo no nos permiten prever sus consecuencias a futuro, pero dichas tasas han minado la liquidez y las hojas de balance de los fondos de pensiones, las compañías de seguros y los fondos de inversión.
La política fiscal por su parte, también muestra agotamiento, la deuda pública externa se encuentra en elevados niveles que amenazan la estabilidad macroeconómica por sus efectos sobre el tipo de cambio y la volatilidad financiera internacional. Las medidas instrumentadas para mantener el deseado equilibrio fiscal transitan por la reducción del gasto público, evitando elevar los impuestos y aranceles, lo que a su vez deprime aún más la economía, ya que el gobierno es un gran consumidor de bienes y servicios, que a su vez genera infraestructura básica para la población y la estructura productiva del país.
Lo que hay detrás de éste fenómeno, en resumidas cuentas, es resultado de un modelo agotado que ha generado: mercados internos deprimidos por el debilitamiento de los mercados laborales; salarios no remuneradores que impiden que el consumo de las familias sean la fuente del crecimiento económico; ganancias erosionadas que enfocan los capitales hacia los mercados financieros y la especulación, abonando a la concentración del ingreso y la riqueza en una creciente economía casino que promueve la volatilidad financiera, los efectos dominó y el auge de los mercados especulativos: tanto de divisas como de activos financieros.
Hoy necesitamos un nuevo modelo de desarrollo económico que tome en cuenta el bienestar familiar y los salarios remuneradores, además de la mejora de las condiciones laborales para impulsar al principal motor de crecimiento económico en cualquier país, el consumo de los hogares que por si sólo es al menos cuatro veces mayor al gasto público, dos veces mayor a las exportaciones y tres veces mayor a la inversión privada.
Hola Nora:
ResponderEliminarGracias por este excelente artículo. Me gustaría que ahondaras en que soluciones son aplicables en medio de este mar tan picado. Me imagino, ya que desde que estábamos en clase hace ya 2 años proponías, que subir los salarios mínimos pudiera ser el inicio de tu propuesta, pero ¿cómo evitar alterar las demás variables?, o ¿que otras variables propondrías?