En un mundo donde se ha sobrevalorado el poder del dinero y se confunde el dinero con riqueza, las instituciones, los gobiernos y las familias buscan atesorarlo (guardarlo y acumularlo). Como mantenerlo en efectivo, o en una cuenta de ahorro no genera un buen rendimiento, tienden a proteger su poder adquisitivo invirtiéndolo en activos financieros: acciones, bonos de deuda, papel comercial, pagarés, opciones, metales preciosos, divisas, etc.
Dado que estos activos pueden tener variaciones elevadas en sus precios, las instituciones tienden a protegerse mediante “derivados financieros”, mismos que no tienen valor propio, sino que representan una cobertura ante el riesgo de una fuerte caída o precipitada subida en su precio (volatilidad), es decir operan como un seguro de vida, que en caso de muerte paga a la familia una indemnización. Así un derivado puede proteger de un incremento o disminución en las tasas de interés, de rápidas variaciones en el precio del dólar o en las acciones, o los bonos de deuda, del petróleo, del oro etc., e incluso de la emisión de contaminantes.
Ante la baja rentabilidad de los procesos productivos, que la incrementada competencia y la globalización ha generado, las grandes empresas y las instituciones financieras bancarias y no bancarias han encontrado vehículos de inversión que prometen grandes rendimientos por su dinero, la diversidad de éstos instrumentos es amplia, desde los más sencillos hasta los más complejos; en los mercados de dinero (con plazo menor a un año) en los que pueden comprar: letras de tesoro, papel comercial, pagarés municipales, aceptaciones bancarias, etc., y en los mercados de capital (con plazo mayor a un año: mediano y largo plazo) en los que pueden adquirir acciones, obligaciones, títulos de deuda de largo plazo, hipotecas etc. Construyendo de esta manera un mundo de papel que sobrepasa en múltiplos a la generación de riqueza, es decir a la producción de bienes y servicios para la satisfacción de necesidades.
Debido a que pueden comprar deuda, también adquieren instrumentos que los cubran contra la probabilidad de impago de dicha deuda (credit default swap).
El objetivo principal es hacer dinero con su dinero (especular) y ya que el mismo no es en sí mismo una mercancía con valor, como lo eran las monedas de oro y plata, está riqueza puede desvanecerse rápidamente si todos salen al mismo tiempo a vender sus activos financieros, por ello, los inversionistas son hipersensibles a cualquier noticia o evento que amenace la rentabilidad de sus inversiones y ello genera un fenómeno denominado sobre-reacción, solo que dicha reacción es asimétrica, si la noticia es buena, no genera un gran salto en el precio de sus activos, pero si la noticia es mala genera saltos grandes que se van retroalimentando hasta provocar crisis cambiarias, de deuda soberana, bancarias, financieras e incluso de producción.
En resumidas cuentas: la avaricia y la especulación, así como la enorme libertad en los flujos internacionales de capitales (liberalización de mercados financieros) y la creatividad financiera, es lo que está provocando esta inestabilidad financiera. Adicionalmente, la gran acumulación de activos financieros y deuda crea instituciones financieras tan grandes que se vuelven sistémicas y a pesar de sus malos manejos financieros terminan siendo rescatadas por los gobiernos, trasladando a la población el costo mediante un menor gasto público y mayores impuestos. En pocas palabras: privatizando ganancias y socializando pérdidas.
Lo peor de todo es que estas grandes instituciones financieras lo saben y siguen especulando sabiendo que serán rescatadas para garantizar sus ganancias. Actúan con alevosía y ventaja, se apropian de los recursos monetarios del pueblo y duermen tranquilamente sobre sus laureles.
Hoy el capital financiero se impone a las autoridades tanto fiscales como monetarias y cambiarias, mismas que operan a la defensiva tratando de rescatar las monedas nacionales, suavizar los efectos negativos de las crisis y enriqueciendo a los grandes especuladores.
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